Juana Miranda, fundadora de la Maternidad de Quito, Colección Biografías Ecuatorianas, 1, Quito, Banco Central del Ecuador, 2004, 333 pp., en rústica, 15 x 21 cm. PVP $ 10.50.
Contraportada
Juana Miranda (Quito, 1842-1914) fundadora, matrona y directora de la Maternidad de Quito, fue la primera profesora universitaria de la República. Culta, inteligente, apasionada, su vida estuvo al servicio de las mujeres más pobres de la ciudad, en cuya defensa trabajó sin descanso.
Lo que sabemos de ella nos llega tanto de los documentos de primera mano, como de la memoria oral que todavía guarda vivo su recuerdo. Un laborioso trabajo de investigación ha hecho posible escribir su biografía para acercarla a cuantos quieran ver la historia a través de los ojos de una mujer. El libro incluye una cronología de la Obstetricia en el Ecuador, recuento estructurado por primera vez para esa especialidad médica, lo que lo hace útil también para el especialista. Incluye además un mapa del centro de Quito en el que se han destacado los hitos de la historia de la Maternidad.
Comentario de prensa:
“La mayoría de las mujeres valiosas que han forjado el Ecuador actual, todavía están en el anonimato. Bienvenida esta nueva serie que se inaugura con la presentación a profundidad de la vida de la quiteña Juana Miranda, fundadora, matrona y directora de la Maternidad de Quito. Una adelantada que ya en el siglo 19, con su pasión e inteligencia de mujer culta, se dedicó a servir a las mujeres más pobres de su ciudad. A los 90 años de su muerte, ha encontrado una buena escribana –Mariana Landázuri- que nos la devuelve no solo como la primera profesora universitaria de la República, sino también como la mujer digna de una memoria más justa.” (Revista Vistazo, 2 de diciembre de 2004, p. 106)
Reseña
Juana Miranda, fundadora de la Maternidad de Quito
Mariana Landázuri Camacho
Pocos ecuatorianos saben que la historia de nuestra Maternidad está atada indisolublemente a las mujeres. No solo por el hecho obvio de que parir es una capacidad exclusivamente femenina, sino porque hasta inicios del siglo XX en el Ecuador, el parto era atendido por ellas. En una tradición milenaria de toda la humanidad, el parto era este espacio protegido, íntimo, casi sagrado, vedado a la intromisión masculina. Tanto la práctica española como la nativa parecen coincidir en este tema.
Son las parteras, muchas veces mujeres con conocimientos apenas empíricos, las que van de casa en casa atendiendo a la fecunda población nacional. Pero en ese recorrido también van acarreando consigo los gérmenes de la temida fiebre puerperal. A causa de esa y otras infecciones la mortalidad materna e infantil alcanza niveles de espanto. No hay estadísticas en ese tiempo, pero para todas las gestantes el parto venidero es un riesgo no exento de peligro letal. (Riesgo que vergonzosamente se mantiene en el siglo XXI para las parturientas más pobres).
Hasta el siglo XIX nadie en el mundo médico sabe cómo se contagian las enfermedades. Luis Pasteur lo establece oficialmente recién en 1879 para el caso de las mujeres recién paridas. Antes, en el siglo XVIII, solo médicos en contacto con las ideas reformadoras de la Ilustración -como Eugenio Espejo entre nosotros al reflexionar sobre las viruelas- se habían preguntado cómo se producen las enfermedades.
En Quito, como en el resto de ciudades ecuatorianas, el parto se atiende a domicilio. El único hospital que tiene la ciudad, el San Juan de Dios, es marginal social y geográficamente hablando. No se diga el San Lázaro, que es Hospicio y Manicomio a la vez. No hay condiciones sanitarias ni desarrollo médico para realizar lo que hoy entenderíamos como atención hospitalaria; en muchos casos a lo único que se alcanza es a ayudar a bien morir.
Las ciudades no tienen agua potable, ni alcantarillado y por tanto tampoco servicios higiénicos. Seguramente Quito huele mal cuando las bacinillas se sacan a vaciar en las acequias de la calle y el sol ecuatorial alcanza su cénit. Afortunadamente las lluvias, en ese tiempo más predecibles y regulares que hoy, lavan la capital que deja entonces ver su hermosa faz.
Maternidades existen solo en ciertas ciudades americanas que han sido capitales virreinales, como Lima, por ejemplo. Allá van a educarse algunas parteras ecuatorianas -sobre todo de Guayaquil- y de la capital peruana viene también Cipriana Dueñas, una de las primeras profesoras que llega por petición del presidente Juan José Flores para profesionalizar la atención obstétrica. Antes que él, el presidente Vicente Rocafuerte ha creado la Escuela en el Hospital San Juan de Dios de Quito, en 1835, con la francesa Catarina Desalle; pero las Escuelas de Obstetricia viven supeditadas al exiguo presupuesto nacional y a la enorme inestabilidad política de inicios de la República.
Es solo con el presidente Gabriel García Moreno cuando se funda lo que por primera vez puede llamarse una Maternidad para Quito. Es la era de la égida francesa, cuando las colonias americanas han logrado desembarazarse del imperio español y ahora miran a Francia para orientar su rumbo. De la Maternidad parisina llega Amelia Sion tras el viaje en barco de más de un mes para cruzar el océano y el viaje a caballo de unos 10 días para cruzar la cordillera. Poco antes han llegado las hermanas de la Caridad que empiezan paulatinamente a hacerse cargo de los hospitales públicos, y de la Universidad de Montpellier vienen dos médicos encargados de reformar la enseñanza universitaria.
La Maternidad es al mismo tiempo la Escuela de Obstetricia donde el gobierno planea formar comadronas profesionales que se hagan cargo de los partos en las distintas provincias. El presidente también planea que, al finalizar el contrato con Amelia Sion, la que se haga cargo de la Escuela sea Juana Miranda, graduada en la primera promoción.
Esta quiteña es una valiente y apasionada mujer con un historial poco común para la época. Ha sido por 11 años abadesa del Hospital de Caridad (o San Juan de Dios), ha acompañado al Ejército nacional en una de las guerras que por ese entonces mantiene el Ecuador con Colombia, y aún no se ha casado. Ella sueña con dirigir los estudios y hasta tanto empieza su práctica profesional privada. Sus sueños, sin embargo, se hacen pronto añicos con el asesinato de García Moreno (1875), la clausura de la Escuela de Obstetricia y el exilio al que ella y quien ahora es su esposo tienen que acogerse.
A Juana su amplitud de miras le viene del ejemplo que ha visto en sus padres, del trato equitativo que hombres y mujeres reciben en su hogar de crianza, de la educación a la que ella tiene acceso y de la sangre que le llega a través de su abuela paterna. Esta se llama Francisca Miranda, oriunda de Venezuela y presumiblemente emparentada con el prócer de la independencia venezolana, Francisco de Miranda. Tan solo una muestra del respeto que el padre de Juana tiene por Francisca, su madre, es que adopta para los hijos de él el apellido Miranda en primer lugar. Por eso Juana se apellida Miranda y no Santa María, que era el primer apellido paterno.
Luego de la clausura de la Maternidad quiteña, Juana pasa los siguientes 23 años luchando para que el Estado vuelva a crear una Maternidad que atienda a las mujeres más pobres de la sociedad. Tras un intenso batallar no solo contra la falta crónica de recursos sino contra la desidia burocrática, la Maternidad se inaugura en 1899 durante la primera presidencia de Eloy Alfaro. El recinto que entonces ocupa la Maternidad es la casa de Juliana Vallejo, una comadrona algo mayor que Juana, que ha muerto repentinamente sin dejar herederos forzosos. Otro benefactor de la casa es Rafael Rodríguez Zambrano que ha legado en su testamento $10.000 sucres para equiparla. En honor de ambos la Casa de Maternidad se denominó en sus inicios Asilo Vallejo-Rodríguez.
Quito es entonces la ciudad recoleta que es ahora el centro histórico. Vivir en este suelo es no descansar nunca. Todo se hace a mano. Sin agua potable, hasta el agua para beber hay que ir a traerla en pondos de pilas públicas como la de San Francisco o la de la Plaza Mayor. Una mortecina luz eléctrica está apenas empezando a llegar para el alumbrado de ciertas esquinas. El parto nocturno, que es mucho más frecuente que el diurno, se va a seguir iluminando con vela de cebo por muchos años más. La ciudad aprovecha todas las horas posibles de luz solar, y sus habitantes más fieles se levantan a la misa de 4 a.m.
Juana es una de ellas. Trabajadora incansable, su vida se divide entre la atención del hogar, la práctica profesional y la docencia universitaria. Ocho años antes de que se inaugure el Asilo Vallejo-Rodríguez, Juana ha ganado un concurso para ocupar la cátedra de Obstetricia Práctica en la Facultad de Medicina de la Universidad Central. La carrera está dirigida a mujeres, es seguramente la única escuela profesional femenina en la República y la más antigua formación universitaria para ellas. Desde el año 2005 la Carrera de Obstetricia se denomina oficialmente “Juana Miranda” por resolución del Consejo Universitario, a propósito de las celebraciones de los 170 años de existencia de dicha Escuela.
Pero para cuando Juana es profesora, en el hemisferio Norte el parto ya comienza a ser atendido por médicos y esa influencia llega al Ecuador. A la clase de Juana empiezan a asistir algunos ávidos estudiantes, cuya primera profesora universitaria es esta mujer. Uno de los más destacados es un joven lojano, llamado Isidro Ayora Cueva, quien más tarde toma la posta en la Maternidad, y posteriormente llega a ser presidente de la República.
La pequeña Maternidad, que existe tan precariamente, se ha trasladado poco después de su apertura a una casa en la Loma Chica, un barrio que solo los quiteños de cepa saben localizar, en las actuales calles Juan Pío Montúfar y Jesús Pereira. Juana es su matrona y directora hasta la fecha de su jubilación en 1907.
En esa misma casa, que ha sufrido sucesivas transformaciones arquitectónicas, se dio a luz esta vez no a una criatura sino a un libro. La obra fue bautizada con el mismo título de la presente reseña, y aparece bajo el sello editorial del Banco Central del Ecuador tanto en versión impresa como digital. Además de contar la vida de la protagonista, el libro incluye una cronología de la Obstetricia en el Ecuador, documentos antes no publicados y un mapa con la localización de la Maternidad a lo largo de su azarosa historia.
Esta investigación ha permitido que las distintas instituciones públicas de la capital recuperen a Juana Miranda para la memoria colectiva no solo como la fundadora de la Maternidad de Quito y la primera profesora universitaria ecuatoriana, sino como una de las mujeres que ha engrandecido la historia de la ciudad y del país. El Municipio de Quito ha nombrado una calle de la ciudad en su honor. (Ver la pestaña Campañas).