A quién sana sanar el río

Mariana Landázuri Camacho

Paseando a orillas del río San Pedro en Sangolquí

A las islas Galápagos, al océano, a toda la cuenca por la que cruza el río y a mí. ¿Le sana a cada uno también, en verdad? Solemos escuchar las campañas que nos convocan a distintas acciones para limpiar el planeta, pero el acento suele estar en las repercusiones afuera, en el mundo externo.

Mientras más lejos van quedando las zonas rurales, mientras más inmersos en las pantallas electrónicas, más disociados nos sentimos del entorno que nos rodea. Y ahora tenemos que argumentar que efectivamente somos parte de esa naturaleza que se ve afuera.

Quizás esa sea, en verdad, la primera forma de sanarnos. Las mingas para rescatar el río San Pedro nos sacan del aislamiento de las computadoras y de los contagios para ponernos a trabajar presencialmente en labores de limpieza. Ante el auge de soledad que vive el mundo, ese servicio comunitario es un poderoso antídoto de contacto.   

Al trabajo puede llegar una persona sola sin conocer a nadie más o pueden ir grupos estudiantiles, laborales, vecinales. Si bien con fines organizativos hay inscripciones previas para asegurar un número base de participantes, ese día los mingueros van sumándose según llegan. Tampoco es necesario ser vecino del río, ni haberlo conocido previamente siquiera. “Todos vivimos aguas abajo”, es un eslogan que resume bien el círculo de influencia que tienen los ríos. Si el San Pedro es tributario de la cuenca del Guayllabamba, la segunda más grande del país después de la del río Guayas, no importa en dónde empecemos a limpiarla, todo suma. Facilita mucho que la convocatoria para participar sea en espacios públicos amplios, de acceso abierto y con transporte masivo relativamente cercano.

“Sí, entiendo que su campaña sea una acción urgente y noble, pero yo estoy deprimida”, podría argumentar una franja de la población que se multiplicó con la pandemia y que lamentablemente cruza a todo rango de edad. La bondad de la minga radica en brindar algunos de los ingredientes que más ayudan en estas condiciones: contacto sostenido y directo con la naturaleza, trabajo colectivo y un ambiente positivo de servicio. “Yo no puedo ponerme bien si no hago algo por otro”, sintetiza una frase anónima que puede aplicarse aquí.

La minga es una especie de boya que se lanza en este caso para un rescate fluvial, de la que se pueden agarrar todos por cualquier motivo personal. Agarrarse significa aquí vencer la propia resistencia, de alguna manera obligarse a participar en contra de lo que diga el estado de ánimo dominante y sostener este servicio hasta que ejerza su acción terapéutica. (Para mayor información, las convocatorias suelen publicarse, entre otras redes, en esta página https://www.facebook.com/profile.php?id=100070185853911).

Si se mira más colectivamente, la iniciativa de limpiar el río San Pedro sigue la misma trayectoria individual de querer salir del desaliento. Es sentir el dolor del río y darle la vuelta. En vez de estancarse en el sufrimiento, como cuando el río no tiene suficiente caudal para fluir, es responder con acciones que nos regresan al bienestar, también al personal. La bendición es que haya un colectivo que organice esas acciones y las ponga a nuestra disposición para simplemente participar. Y emociona ver sus logros.

Emocionar seguramente sea uno de los retos más esquivos en este momento tan lleno de escepticismo. Venimos de una serie de decepciones de todo orden, o tal vez sea que estamos despertando a una realidad donde no sirve hacernos el quite y eso le asusta al ego. La cura es hacernos cargo colectivamente. Gracias a eso es posible recoger una tonelada de basura en cada minga, como suelen reportar los organizadores (https://riosanpedroecuador.wixsite.com/website/noticias-1). Tras ese esfuerzo la retribución inmediata es el gusto de ver una playa del río limpia. También los pájaros regresan, como agradeciendo.

A nivel nacional la jornada de limpieza de playas y cuerpos hídricos de septiembre de 2022 logró recoger 56 toneladas en 124 puntos del país, según reportaba el Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica del Ecuador (https://www.facebook.com/hashtag/elaguanosune).

En uno de esos puntos, un funcionario alzaba la voz desde el balde de una camioneta para expresar a los participantes que se congregaban, que no es tarea solamente del Ministerio recoger esta basura. Obvio, quién puede con lo de todos. Peor todavía cuando las autoridades ambientales suelen tener poco peso o presupuesto en las instituciones oficiales.

Más calladamente, la lección que aprendieron unos conscriptos que participaron ese día fue darse cuenta de lo fácil que es lanzar una botella al río y lo difícil que es recogerla. Lograr esta conexión entre la conducta personal y la repercusión que tiene en el mundo es lo que casi toda campaña educativa soñaría con alcanzar. A eso también le podemos llamar sanar.

Ya nos quisiéramos que esa lección estuviera aprendida entre la población para no pasarnos limpiando lo que es tan sencillo de evitar. Mientras ese aprendizaje va calando y mientras el reciclaje sigue ganando terreno, requerimos soluciones que le den mayor sentido a recoger a mano los desechos que el propio río apea a las orillas. El resto, la basura que arrastra la corriente de toda la cuenca del Guayllabamba, sigue yéndose al mar y luego a las islas Galápagos.

Por hablar solo de lo alimenticio, ese depósito constante destruye el banco natural de proteína de la humanidad que son los peces. Una parte de esa contaminación la producen los plásticos que van descomponiéndose en el agua con los rayos ultravioleta hasta ir convirtiéndose en partículas más finas o microplásticos. Allí pueden ser ingeridos por la fauna marina y así el plástico entra en toda la cadena alimenticia.

En el mundo, la mayor contaminación por plásticos que ingresa a los océanos proviene de los ríos. La empresa Ichthion (https://ichthion.com/es/) estima que un 33% de los plásticos que llegan al archipiélago provienen del continente a través de las corrientes marinas. Recogerlos en donde se generan evita además que los plásticos lleguen a las aguas profundas del océano donde se centuplica la dificultad de extraerlos. De allí es de donde nos llegan las fotos de la tortuga atrapada entre redes o de algún lobo marino enredado en mascarillas.

Ichthion, una empresa ecuatoriano-británica, ha desarrollado una barrera flotante que extrae los residuos sólidos de la superficie fluvial, entre ellos los plásticos, para evitar que lleguen a los océanos. La mayor parte de la basura flota en el agua y esta barrera la atrapa antes de que se degrade, se fracture en pedazos y se hunda. La barrera, por otro lado, está diseñada para permitir la libre circulación de la flora y la fauna acuáticas. Esta tecnología, bautizada con el nombre de Azure, empezó a funcionar como proyecto piloto en la provincia de Manabí desde el año 2021.

En el río Portoviejo la barrera flotante recoge toda esta cantidad de platos de comida desechables de la superficie fluvial. La barrera está emplazada en la comunidad El Milagro de Picoazá, un punto clave del río con mucha biodiversidad. Foto cortesía de Ichthion.

A través de inteligencia artificial la basura recogida es clasificada y luego pesada para que la servible sea entregada a gestores apropiados. Lo demás puede ahora ir al sistema de residuos de la ciudad. Para los plásticos, que es el interés central de Ichthion, la empresa está trabajando en un proyecto para crear productos comercializables que generen ingresos para los recicladores de base. De ahí el interés que suscita entre ellos este trabajo de limpieza ambiental. La economía también se sana cuando va de la mano de la ecología.

Este sistema entró en funcionamiento en alianza con la Prefectura de Manabí y gracias al financiamiento internacional. Desde que empezó sus operaciones han extraído el equivalente en peso a 500.000 botellas PET, como se denomina a este tipo de plástico por sus siglas en inglés. (El proyecto en funcionamiento en el río Portoviejo se puede ver siguiendo este vínculo https://youtu.be/XyoyShOipUg).

Si recoger masivamente esta basura es el siguiente paso a cualquier recolección en las riberas que se realice con el sistema de mingas, recuperar el río es una escalera donde todos los escalones tienen que estar concatenados. Si no hay servicios eficientes de recolección de desechos, por ejemplo, tampoco es de extrañar que todo llegue al agua. Y si la población no se disciplina, ninguna máquina por eficiente que sea puede suplir. Se necesitan muchos otros escalones para recuperar su río, y alienta conocer que esa perspectiva tiene el Municipio de Portoviejo.

Tal vez aliente también mencionar que Azure, diseñado y fabricado por ecuatorianos, ha obtenido galardones internacionales por el desarrollo de tecnología de punta para restaurar ríos y océanos de la polución plástica. Aunque esa basura nos parezca algo simplemente para desechar, a un sistema que puede ordenar los datos le sirve para asesorar a las autoridades sobre cómo formular política pública con base en esa evidencia.

Para regresar al río San Pedro, la buena noticia es que ha sido escogido como segundo río en el que opere este sistema. Se espera que para diciembre del 2022 esté ya en funcionamiento una barrera flotante a la altura del vivero de Cununyacu. Para los habitantes de Quito que ahora tengan desde unos 50 años de edad, las piscinas de Cununyacu fueron uno de los balnearios de referencia en la ciudad. El paseo de fin de semana incluía invariablemente bajar hasta las orillas del río y jugar en él. ¿No es ese un derecho que tiene la población con sus ríos, no es eso lo que hace amarlos? El sueño ya casi olvidado de volver a bañarse en el San Pedro es lo que mueve al colectivo que se empeña en rescatarlo. Y todo depende de que ese sueño se contagie.

Instalar esta barrera en uno de los principales ríos quiteños es la coronación de un largo proceso y del anhelo de múltiples actores. Para este caso, el sistema cuenta con 3 años de financiamiento de la Cervecería Nacional, una empresa que tiene su planta en Cumbayá, junto al río. Una barrera así frena la llegada de más basura flotante no solo al mar, sino a todo lo largo de la cuenca. De este modo, la tarea cívica de dejar limpia una playa de río en una minga no se topa con que, a la siguiente cita, esa misma playa está sucia otra vez con más basura que vino arrastrando la corriente.

La perspectiva de que poner el pie en un primer escalón desemboca en subir al siguiente nivel es la mejor manera de contagiar el sueño. Un paso tiene coherencia con el siguiente. Ante la rígida noción instalada en el imaginario de la ciudad de que es imposible limpiar el río, mucho más si se piensa en el Machángara con el que se une el San Pedro aguas abajo, estos pasos dejan ver no solo lo que se va logrando, sino que hay actores de todo orden que apuestan porque sea posible.

Esto no es para minimizar la tarea o para desestimar las enormes complejidades de un reto así, pero todos los esfuerzos realizados lanzan señales de que queremos nuestros ríos limpios. Basta ver la diversidad de gestores que participan en las mingas para tener un barómetro del pulso ciudadano. Y si se amplía la mirada a lo que están haciendo otras iniciativas en relación con las quebradas, por mencionar una, es incontestable la dirección de ese empuje. Una que los distintos municipios requieren reforzar. Estas apuestas ciudadanas no solo hacen notar al conjunto de la sociedad sobre un derecho, sino muestran con el ejemplo que a cada uno le compete sanar su relación con la naturaleza.

Al final la lección, probablemente la más difícil de aprender, sea la de mirar brevemente, solo brevemente, lo que no queremos (lo que falta, la inercia en contra o lo que parezca imposible), para enfocarnos en el gozo que nos produce lo que sí queremos. Allí el río, como sustantivo, calca al río como verbo. Yo me río y mi risa me sana a mí y también al río.