Cuando somos parte del daño estructural
Mariana Landázuri Camacho

Ph. Mónica Aguilar V. /@saokma
https: //saokma.com
La rotura de una tubería en La Mica en julio del 2025 permite masificar la reflexión sobre el agua potable en Quito. Es un tema de intensa discusión entre un limitado circuito de interesados. Para el resto, un servicio básico asegurado.
A falta de ese servicio por la emergencia, surgen campañas de donación o de ahorro. Y bien estaría incentivar el ahorro de agua en un cantón que la desperdicia tanto. Solo en fraude la ciudad tiene un 28% de pérdidas, es decir de consumo no contabilizado, según ponía en conocimiento de un grupo de profesionales un funcionario de la Empresa de Agua Potable en enero del mismo año, en una sesión informativa convocada por la empresa Constructores Positivos. Si bien afirmaba que han llegado a esa cifra luego de reducirla en 10 puntos, era triste admitir que es la más baja en la región. Guayaquil tiene cerca del 50%.
Robar sería lo más opuesto a la solidaridad. Qué más es robar. Algunos se atreven a decir que es lo que hace la ciudad de Quito con el agua que trae no solo de otra provincia (Napo), sino de otra cuenca hidrográfica (la del Amazonas, en términos amplios). En una concepción donde el ser humano es el que manda, la ley siempre va a asumir que el consumo humano tiene prioridad. Y así, nos traemos desde hace mucho el agua de Oyacachi (cantón El Chaco), y ahora el proyecto más ambicioso es captar las aguas de 31 ríos adicionales que nacen en las faldas orientales del Cotopaxi.
Todos esos nuevos caudales no tienen otro cauce por el que fluir que por el de nuestros angostos ríos andinos (Machángara, Monjas, San Pedro, Guambi, Chiche, entre los 94 que tiene el cantón). La naturaleza los diseñó para que conduzcan solamente el agua que surge de sus propios páramos y montes. Aumentar o reducir artificialmente caudales tan grandes tiene impactos en los ecosistemas, para lo que no nos damos ningún momento de reflexión. A propósito de consumo humano nos parece lícito chuparnos el agua que existe para sostener la cadena entera de la vida. Quito engulle todo lo que está a su paso.
La capital se precia de tener un agua de alta calidad y de dar ejemplo de buen manejo de sus páramos desde hace 25 años. Pero una vez que usa y abusa del agua que le ha servido, la devuelve con lo peor que tiene.
Es decir, no solamente hace que un agua que debía llegar al océano Atlántico llegue al Pacífico, sino que va contaminando todo el trayecto hasta que desemboca en el mar. Ni lícito, ni legal, ni moral, ni ético. Esmeraldas podría ponerle un juicio que le parte a la capital. Cómo repara ese daño si no ha podido tratar sus aguas dentro del propio territorio.
De esto es de lo que necesitamos estar hablando en la ciudadanía para encontrar soluciones. No fingir que no vemos. Las intensas discusiones que efectivamente se dan no pueden encontrar asidero mientras no se masifiquen entre la población.
Hasta que lleguen las muy costosas plantas de tratamiento de agua residual que ha propuesto el Municipio, necesitamos no solo avanzar con soluciones a la mano (servicios higiénicos ahorradores, construir con canalización separada entre agua lluvia y servida, tratar las aguas residuales dentro del conjunto habitacional o vecinal), sino poner un gran ¡Detente! a la voracidad citadina.