Telar en minga

Mariana Landázuri Camacho

En el río San Pedro con el telar

Tejer juntos debe ser una de las actividades más antiguas de la humanidad, de las que nos hacen más humanos. Quizás porque nos pone uno al lado del otro, y a los mamíferos de sangre caliente, como nosotros, eso nos gusta. Al menos a los andinos nos gusta.

Los psicólogos dicen también que trabajar en actividades manuales, lúdicas y comunitarias nos sana: de la ansiedad, la depresión y la angustia que campean en el mundo. Al que entra pensando que no sabe, que no puede, que no vale como ser humano, que nunca ha hecho esto, le calma. En el telar puede poner todo eso y ver que del otro lado sale un tejido bello.

Muy acorde a lo que hace la naturaleza con los desechos biológicos cuando reciben el tratamiento apropiado para regresar al suelo como tierra fértil -incluso los excrementos humanos. Y sin tratamiento esos mismos desechos huelen mal, causan malestar, enfermedad y vergüenza.

En el caso de tejer, el tratamiento es el telar del río, una actividad paralela a limpiar el agua del río Machángara de Quito. Lo que se teje es una urdimbre de 2.5 km de largo en tramos de 5 metros, que van a ser sostenidos por vecinos de la ciudad, desde la cascada de La Chorrera (o Quitu-Kara) en el Pichincha hasta la quebrada de Jerusalén (Ullaguangayaku, en su nombre original) en la Av. 24 de Mayo, en pleno centro histórico de la ciudad.

Ese es el trayecto que seguiría la corriente por la superficie si es que se le hubiese dejado seguir su propio cauce. Bien sabemos (¿lo sabemos?) que rellenar las quebradas de esta ciudad enclavada en la montaña nos ha traído consecuencias catastróficas.

Este telar del río tiene la particularidad de usar material reciclado para tejerlo (envases que recibimos a diario en nuestras compras). No tanto para que los telaristas usen lo que ya no hay dónde más poner en el planeta, sino para que recapaciten en lo que en realidad están pagando por lo que compran.

Todos esos desechos llegan a los rellenos sanitarios y a los ríos del mundo. Para poner un alto a esa producción se buscó firmar un Tratado Global de Plásticos en Ginebra (agosto de 2025), donde los países del llamado Sur global tuvieron una posición frontal para demandarlo.

Si salir del ahogo de plásticos exige reducir su fabricación, la presión ciudadana -la presión política- es reducir el consumo. Tender en Quito este tejido hecho colectivamente es una imaginativa herramienta para mostrar que queremos nuestros ríos limpios, también de los altísimos valores en micro y nano plásticos que tenemos en ellos.

El telar es anónimo, masivo, silencioso. Solo sumergirse en la experiencia de tejerlo colectivamente comprueba lo sanador y cálido que es. Muy a tono con la experiencia de nuestra minga andina, donde unos enseñan a otros continuamente y donde nadie aprende solo. Se puede añadir: nadie se sana (o se salva) solo, es tejiendo este ecosistema como trasmutamos el daño.

Si bien hay centenares de metros ya tejidos, hay otros tantos por tejer. Este inmenso proyecto está liderado por la generosa dedicación de la telarista profesional Camola Valarezo (para ver su trayectoria y nuevas convocatorias en Instagram: camolavalarezo y en Facebook: Camola Valarezo Tapestry).

Mostrar públicamente el telar también deja ver que la ciudad quiere su río limpio, porque la contaminación también ha sido anónima, masiva y silenciosa.                                                                                                

En una minga del San Pedro